Uno inherentemente se va a vivir al bosque en búsqueda de cierto grado de soledad. La idea de vivir en medio de la nada ofrece cierto atractivo para la gente solitaria. Yo disfruto del silencio, y el silencio del bosque en la noche es un fenómeno muy particular. Pero nunca es un silencio absoluto. Si uno pone atención, uno puede escuchar al bosque dormir. Estos son los sonidos que yo escucho desde mi cuarto en medio del bosque: Empezare por los más sutiles. El sonido más básico que uno escucha en el bosque durante la noche es el murmullo de los insectos. No es un sonido especifico, es como una oleada de chillidos extremadamente sutiles, tan continuo que es difícil diferenciar un sonido del otro, todos ellos conforman un susurro básico del bosque. Es un sonido de fondo. Si las luces están todavía prendidas al interior de mi cuarto, se puede escuchar otra cercanía de los insectos. El sonido es un revoloteo de alas impactando el cristal de la ventana. Aunque el sonido es suave, su efecto es interior. Los insectos parecen estar dentro de la habitación. Debo admitir que mis primeras noches en el bosque estos sonidos me llegaron a poner nervioso, imaginándome que mi cuarto sería invadido por estos insectos insistentes. Pero ahora los reconozco como una compañía cuyo sonido es tan absorbente como la luz debe ser para ellos. Luego esta el sonido de activación del termostato de mi refrigerador, que debo aceptar es un sonido invasivo a mi tranquilidad. Es un sonido de golpe, un traqueteo instantáneo que una vez prendido se vuelve un zumbido casi imperceptible hasta que se acaba y en ese momento, de recuperación del silencio, me doy cuenta que había estado habitando por unos minutos con un sonido tan sutil como desagradable. Es el sonido de las tiendas OXXO, el vibrar de la electricidad. Es un sonido gris, sin presencia pero ahí. Estas los movimientos de Yoko, mi ganadora australiana. En ocasiones se rasca, en otras se lame. Y de vez en cuando, hace un gemido infantil durante su sueño pero si no llega a colocar su cabeza sobre el borde de mi cama, no pierdo sueño preocupándome por ella, reconozco sus sonidos casi inconscientemente y vuelvo a dormir como si nada hubiera ocurrido. Pero luego están los sonidos provocados por el clima. En una noche con viento, puedo llegar a escuchar las hojas de los arboles sacudiendose. En una noche de mucho viento, puedo escuchar el latigazo de la lona que cubre la construcción de mi casa cuya tensión esta siendo puesta a prueba. En noches de lluvia, encuentro el sonido constante y rítmico casi arrullador. Es en noches de lluvia intensa en donde se escucha, detrás del torrencial de golpes, un golpe a la tierra ya húmeda. Al parecer, toma tiempo acumular suficiente agua sobre la lona para que el peso mismo del agua cambie la tensión de la lona, pero cuando finalmente ocurre, toda el agua acumulada cae de golpe al suelo. Esto si ha llegado a despertar tanto a Yoko como a mi. Los truenos no me preocupan, pero si pongo atención para ver si Yoko parece alterada cuando hay tormenta eléctrica. Finalmente, esta el sonido de perros. Este siempre esta ahi, a distintos grados. Mi terreno colinda con dos ranchos, que tienen de cuatro a seis perros corriendo libremente por sus hectáreas en una labor, yo asumo, de proteger sus terrenos. La mayor parte del tiempo, llego a escuchar ladridos a gran distancia. Dicho sonido no me afecta, me llega como un ronronear y realmente tengo que poner atención para escucharlo. Es cuando los perros se acercan a una esquina de mi terreno, que colinda con un camino empedrado donde aparentemente llega a pasar esporádicamente un perro vagabundo, que el escándalo comienza. No solo de los cuatro o seis perros del vecino, sino de todos los perros de toda la zona, que aunque en cualquier otra ocasión me parece una zona desolada, cuenta con por lo menos una docena de perros dispuestos a integrarse al alboroto. Inclusive Yoko, a quien he educado para no ladrar adentro de la casa, suelta un mutado ladrido a su interior. Olvide mencionar dos sonidos. Uno la vibración de algún camión en la distancia. Este sonido también requiere de mi máxima atención llegar a percibirlo. El otro es el sonido mismo que yo hago. Verán, soy un dormilón inquieto. Me suelo mover, de vez en cuando, de una lado a otro de mi cuerpo. Pero este sonido no lo percibo como allá afuera, sino como aquí adentro. Es el sonido de mi propio cuerpo aunque sea un resorte del colchón que llega a tronar por la presión de mi codo o el simple roce de la almohada con mi cabellera. Es un sonido casi corporal y lo incorporo sin dificultad.
Es importante aclarar que estos sonidos no ocurren simultáneamente, ni resuenan todo el tiempo. Si fuera así, uno difícilmente podría insinuar la noción del silencio.